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Archive for junio 2021

En el libro “Horizontes literarios de Aguascalientes. Escritores de los siglos XIX Y XX” UAA (2005), Francisco Javier Fernández Martínez (qepd), publicó un artículo sobre  Jesús Díaz de León, quien nació en Aguascalientes  a mitad del siglo xix, en 1851, y falleció  en la ciudad de México en 1919. Bajo el esquema de una semblanza biográfica, el investigador hace importantes análisis y valoraciones al  respecto de  esta figura de la intelectualidad aguascalentense. En cuanto a su  obra filológica y literaria, Fernández Martínez  destaca dos aspectos: primero: el doctor Díaz de León fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua a causa de su trabajo como traductor  de “El Cantar de los Cantares” a cinco idiomas.  Segundo, pondera su labor como director de una revista de larga duración en el entorno: “El Instructor” (1884-1905)- Periódico, que  en algún momento fue subtitulado como “Periódico Científico, Literario  y de Avisos”, respondía a la mentalidad positivista de su director y correspondía a  lo que el investigador denominó como  “prensa erudita” en otro de sus artículos, prensa  que “además de realizar una importante labor de información,  dedicaba una atención especial a la difusión de la cultura, incluía artículos relacionados con distintas ciencias: geografía, filosofía, filología, biografías, textos morales, poesías didácticas”, p. 115. El objetivo de dicha publicación estaba expresado claramente en sus páginas: “educar al niño, ilustrar a la mujer, fomentar el amor al estudio, popularizar las ciencias, y conocer sus aplicaciones más importantes y más recientes  en las artes y la industria”. Se destaca en el artículo que, pese a lo ambicioso de los objetivos, el alcance real de la publicación fue limitado.

Sin embargo, su tesis destaca un análisis de lo publicado  en los 21 años que duró la revista, obteniendo un panorama de los géneros más cultivados: la poesía, el cuento y el ensayo. Los autores más prolíficos y constantes fueron el propio Jesús Díaz de León, Jesús Gómez Portugal y José Herrán y Bolado.

            Por otra parte, este acercamiento a un figura clave en la literatura de Aguascalientes fue, para Fernández Martínez,  el inicio de sus pesquisas en torno a la configuración  de una historia de la literatura local y regional,  basada en las investigaciones sobre las publicaciones periódicas  que tuvieron sus inicios en la entidad a mediados del siglo XIX, con el periódico “


La Imitación
”. Ese fue el tema de su tesis doctoral.  El artículo está  publicado : https://uaa.academia.edu/FranciscoJavierFern%C3%A1ndezMart%C3%ADnez

donde escribió  importantes reflexiones:

“Es hasta el siglo XIX cuando México, incluyendo evidentemente la región central de Aguascalientes, encuentran una voz propia. e impera una estética romántica – realista  Sin embargo, la contradicción entre esa cultura refinada, impuesta, y una sociedad heterogénea y resistente dio como resultado un doble movimiento de formación: de un lado, la visión de la nueva realidad que se ofrecía y que debía ser transformada e temas diferentes de los  que nutría la literatura de la  Metrópoli. Por otra parte, había una necesidad de usar de manera distinta las formas estéticas, adaptando los géneros a las necesidades de la expresión social, tal como ocurre con la campaña de desprestigio que se dio en gran  parte del siglo XIX, conocido como “la desespañolización de la literatura”.

 A esos argumentos sigue la mención de los ejemplos concretos que se dieron en la entidad. “Las circunstancias que vivía Aguascalientes previamente a la aparición de su primera publicación literaria, La Imitación, eran propias al afán de buscar una identidad que pudiera decirse aguascalentense. ciudadano que convenía a la vida republicana; era, pues, una ideología esencialmente liberal; mientras que la Sociedad de Amigos de Aguascalientes en un principio estaba a favor de la instauración de un régimen monárquico; sin embargo, al esfumarse la ambición de los defensores de la monarquía de Iturbide, los hidrocálidos voltearon sus ojos hacia  el federalismo, aunque esta postura fue efímera.

. Para 1850 aparece La Imitación, publicación que dirigida por  José María Chávez,   resulta un parteaguas en la historia del periodismo y de la literatura hidrocálida,

 Dice el investigador que Francisco Antúnez menciona la gran calidad editorial que tenía este semanario.  Por otra parte, el hecho de que fuera acompañada de grabados en madera y varias viñetas dio a la publicación mayor realce. Se vendía por entregas y ahí surgieron a la luz los primeros escritos literarios de Pablo M. Ogazón, de J.M. Valdepeña, Carlos Fragoso y  Esteban Ávila.   Antonio Cornejo publicó ahí  la primera novela editada en Aguascalientes, “Ángela y Ricardo”.

Francisco Fernández Martínez  llevó sus  consideraciones y argumentaciones a Congresos celebrados en otros países de Hispanoamérica,  impartió sus conocimientos a nivel Posgrado, donde pudo contagiar de su entusiasmo a los estudiantes  acerca de  la necesidad de recuperar el mapa de las literaturas locales.  Queda pendiente la realización de un Coloquio sobre la prensa escrita en Aguascalientes en el siglo XIX. Coloquio que planeó o pensó nuestro amigo y colega antes de fallecer. Q. E. P. D.escritores mexicanos

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Universidad Autónoma de Aguascalientes

Eduardo J. Correa, poeta, periodista y narrador nacido en Aguascalientes en 1874, publicó su emblemático libro Un viaje a Termápolis en 1937. El texto hace referencia al viaje que de Guadalajara a la ciudad de Aguascalientes realizó su padre, el notario Salvador Correa, en el último tercio del siglo XIX. La narración de este desplazamiento termina siendo un minucioso recorrido por la urbe, “triste, pero querendona”, con sus espacios, personajes, costumbres y  festividades, donde el escritor va destacando con negritas ciertas las palabras y expresiones. Este  señalamiento ha sido  conservado con cursivas en las dos posteriores ediciones, una del Instituto Cultural de Aguascalientes en 1992, y otra de ML libros de México/ London Books, en 2011, lo cual  comprueba el carácter significativo que tuvo para el autor.

                 En lo personal he estado en contacto con la obra de Eduardo J. Correa desde mi tesis de Maestría, donde estudié este libro, emblemático de la ciudad y sus habitantes;  después, en mi tesis doctoral proseguí investigando acerca de sus novelas, que en número de 14 publicó entre 1929 y 1948, pero siempre me había quedado con el deseo de estudiar el léxico marcado por Correa en Un viaje. Este encuentro Regional de la Academia de la Lengua me ha dado la oportunidad de hacerlo, por lo que agradezco a los organizadores, a la Mtra. Ana Luisa Topete, al Mtro. Felipe San José, oportunidad de estar aquí y compartir con ustedes el resultado de mi análisis. Formulo, como hipótesis de trabajo, que el conjunto de palabras y expresiones marcadas por Correa nos puede dar una idea de ciertas peculiaridades del habla en la ciudad de Aguascalientes en el siglo xix, una idea limitada, ciertamente, pero que puede incitar a otros investigadores a  contrastarla  y ampliarla, con el estudio de otras publicaciones y documentos.

Ya entrados en el tema, la pregunta más obvia  es ¿qué clase de palabras o frases destacó Eduardo J. Correa?

Por ponerles un ejemplo les mencionaré algunas de las que aparecen en los primeros capítulos: tulises, maroma, jijos, hai, jerré, chinguirito, guango, apiloncillado, Parián, chimbirines; ( el programa que uso en la computadora ya me va señalando con un subrayado rojo que no tiene varias de estas palabras en su repertorio). En cuanto a expresiones, tendríamos que llegar a capítulos más adelante  para encontrarnos con algunas, quizá tan extrañas para todos nosotros como aquella de ir “de almartigón y cola amarrada”. ¿Qué hacer con este corpus? Comienzo por consultar cada palabra en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, como primer método de contraste, para saber cuáles están en el repertorio general del español, pero que quizá no lo estaban en el siglo XIX y por eso fueron marcadas por Correa, y me encuentro que en efecto hay palabras como Parián, porque, según el DRAE, viene del tagalo, donde significa mercado y de ahí pasó al español con el mismo significado.  

                La consulta en el DRAE resulta útil también en otro sentido, pues de algunas palabras consigna las acepciones que corresponden al ámbito del español americano en general, o concretamente del español  mexicano, o el de cualquier otro país de habla hispana. Este es el caso de la palabra maroma que en español peninsular significa cuerda retorcida, pero la cuarta de las acepciones está señalada como americanismo en el sentido en el que está usada en el texto de Correa, es decir, como voltereta política, cambio oportunista de opinión o de partido. También ocurre que el mexicanismo no se mencione, pero sí su antecedente fonético más próximo,  como sucede con el vocablo gorupo, que en Un viaje sirve para designar a un pequeño insecto, y que el DRAE consigna  como gorgojo.

                Sin embargo, como era de esperarse, muchas de las palabras señaladas no están registradas en el DRAE, y hay que recurrir a los Diccionarios de mexicanismos. Fundamentalmente consulté el Diccionario del español hablado en México, elaborado por el Colegio de México, en adelante DEM y en efecto, este lexicón da cuenta y razón de muchos de los  términos que usa Correa. Pero hay vocablos que no aparecieron en ningún diccionario, a éstos yo les llamo, de momento y convencionalmente, regionalismos. Conforme a este primer acercamiento elaboro un esquema en el que clasifico las palabras y expresiones en mexicanismos, modismos y regionalismos. Pero este esquema me resulta insuficiente, pues queda sin resolver el tema de la vigencia. ¿Cuántas de estas palabras y expresiones han caído en desuso y por qué? Son muchas preguntas para un ensayo tan breve. Veamos cuántas alcancé a responder.  

Los mexicanismos, definidos por Concepción Company en la introducción del nuevo Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana (Siglo XXI, 2010, p. XVI), como  “el conjunto de voces, locuciones, expresiones y acepciones caracterizadoras del habla de México, que distancian la variante mexicana respecto del español peninsular, concretamente, de su variedad castellana”, forman, en el libro de Correa un grupo relativamente amplio en el que se incluyen varios nahuatlismos, algunos tan conocidos como paliacate, tepetate, chiquigüite, tepetate, otate, tejocotes y huaraches,  otros que han caído en desuso como tlaco y papaquis, y otros más de los que no se tiene conciencia de que son indigenismos como la palabra cuico, que en la jerga popular se sigue usando como sinónimo de policía, con connotación despectiva, pero sin identificar su origen en la lengua náhuatl, lengua en la que significa simplemente “el  que viene a  aprehender a otro”.

Ahora bien, la mayor parte de mexicanismos que encontramos en Un viaje… son sustantivos y corresponden a áreas muy específicas de la actividad humana: por ejemplo en el campo de la botánica el texto menciona a  árboles típicos de la región como el pirul; elementos como el carrizo, en el de las  construcciones sobresale la palabra  tejabán,  en el campo de alimentos se mencionan  el colonche y el pozole;  en el de las vestimentas se alude  al joronjo y al  rebozo; pero también palabras que designan acciones como zumba y hay sinónimos populares de homosexual como el vocablo joto. Entre los adjetivos encontramos las palabras: chipil, catrín, mocho, chinaco y guango, y en cuanto a los verbos cabe destacar los términos soltar, alear,  recortar  y fregar. Todos estos términos están definidos en el Diccionario del español de México.[1].

El  DEM, como se conoce a este Diccionario por sus siglas,  designa al pirul como un árbol frondoso de hasta 10 m de altura, que crece principalmente en la Mesa Central de México, en tierras áridas; sus hojas son compuestas y olorosas; da flores pequeñas y casi blancas (las femeninas en un árbol y las masculinas en otro) y frutos en racimos, formados por bolitas color de rosa, de unos 5 mm de diámetro, con una semilla de sabor a pimienta, de la que gustan los pájaros. Su madera se usa para fabricar fustes y como combustible, y la resina que produce, para elaborar barnices y algunos remedios. En este mismo apartado se encuentra la palabra  “carrizo” que hace referencia a una “Planta de la familia de las gramíneas, de tallos resistentes, huecos y nudosos, que nace en grupos en los bordes de ríos y arroyos, o en lugares húmedos; mide hasta 6 m de altura; tiene hojas alargadas y numerosas flores pequeñas, agrupadas de manera muy vistosa. Los tallos se utilizan en la elaboración de artesanías, en la construcción de techos, de bordos, etcétera. En cuanto al campo de la alimentación se destacan las palabras pozole y colonche; y en la del vestido las palabras jorongo y rebozo. Colonche es definida por el DEM como “Bebida alcohólica que se hace con el zumo de la tuna colorada y azúcar”.

Otro término que nos habla de elementos que formaban parte de ciertas habitaciones de algunas viviendas, está representado por la palabra “tejabán”, palabra que el DEM define como  “Techo o cobertizo construido sobre palos altos, sin paredes, que puede ser de teja, de carrizos, de paja o de lámina de cartón, y que sirve para proteger ciertas cosas de la intemperie, como la pastura o los granos”.

 Cabe señalar, que las palabras que Eduardo J. Correa marca con el señalamiento tipográfico de las negritas, hace énfasis en un vocabulario utilizado por las clases populares, lo cual se corrobora si pensamos en que incluye palabras como “zumba”,  “joto” y chamuco.  La primera  definida como: “Serie de azotes o golpes que se dan a una persona; paliza”, es utilizada en frases tan repetidas como aquella que dice:  “Deja que lleguemos a la casa, y te voy a dar una zumba de la que te vas a acordar”;  mientras que el término  “joto” hace referencia a  una forma despectiva y . coloquial, además de popular y grosera, del hombre homosexual, por último la palabra  chamuco es una forma coloquial de nombrar al diablo.

También podemos hacer mención que en la sociedad decimonónica que Correa caracteriza en Termápolis se usó la palabra pollos, en el sentido de “hombre joven, aludido o invocado por persona de mayor edad” (DRAE),  del mismo modo que se usó en gran parte del país, según nos lo hace saber el escritor José Tomás de Cuéllar en su novela titulada Ensalada de pollos.

                En cuanto a los adjetivos, nuestro escritor destaca los vocablos chipil, guango, catrín, luchón, mocho y chinaco. Los dos últimos caracterizaban a los grupos políticos que se polarizaron en el siglo xix. La palabra mocho denominaba a los conservadores, cuya filiación religiosa los hacía parecer a los ojos del grupo contrario como santurrones y gazmoños, mientras que el término  chinaco, designa, según el Diccionario, al “Guerrillero liberal de la época de Maximiliano”, pero con su correspondiente connotación despectiva.

  Por otra parte, los adjetivos chípil y guango y luchón pertenecen al habla coloquial y popular. El primero de este grupo se refiere al “Que está triste o melancólico, sobre todo las mujeres cuando están embarazadas o los niños cuando su madre está encinta, de ahí la conocida frase:  “Ese niño anda chípil; ha de ser que su mamá está esperando”, mientras que el adjetivo guango, cuya equivalencia en México es  holgado o ancho, es usado en frases que designan una característica de sustantivo al que califican, pero también en frases despectivas. En cambio,  la connotación del adjetivo  luchón es positiva, pues  se refiere  al que  se esfuerza mucho en trabajar y buscar oportunidades para salir adelante con la economía familiar: “Es una mujer muy luchona”.  Asimismo, se observa que el adjetivo catrín, que en México designa al que va “bien vestido, engalanado”, tenía plena vigencia en el siglo XIX, pero no tanta como la que ha adquirido en el ámbito cultural, gracias a la obra del grabador aguascalentense José Guadalupe Posada y su famosísima “Catrina”.

 Cabe señalar que algunas palabras son consideradas mexicanismos solamente a causa  de  la especial connotación que adquieren en el ámbito mexicano, de éstas, Eduardo J. Correa, destaca “soltura”, alear, recortar, fregar y pespuntear. La primera de este grupo, en términos coloquiales significa evacuar frecuentemente el estómago a causa de alguna indigestión o enfermedad: “La papaya me soltó”; por otra parte, “alear” se usaba como forma apocopada de aletear: “Los gavilanes alean rondando el gallinero;  “fregar” es un coloquialismo que en América se traduce por  “fastidiar, molestar, jorobar”, el vocablo “pespuntear” que de la  acepción general que tiene esta palabra en el campo de la costura, pasa  a designar en México al zapateado suave en  el baile del jarabe. Empero,  la palabra que en el contexto de Un viaje… resulta más relevante es el verbo “recortar”, con su sustantivo “recorte”, mexicanismo que se traduce como “Hablar mal de alguien”, pues  Correa afirma que esta acción  es: “Oficio en Termápolis, casi la diversión única”   p. 139.

nosotros, los de la pomada, vamos vestidos de almartigón y cola amarrada

modismos

Los modismos que aparecen en Un viaje a Termápolis conforman un grupo relevante pues, aunque no son muchos, son los suficientes para caracterizar a una comunidad jocosa, irónica, divertida, católica, pero sobre todo muy apegada a las apariencias. Veamos.

Según el DRAE, modismo es «expresión fija, privativa de una lengua, cuyo significado no se deduce de las palabras que la forman». Francisco Sánchez Benedito (1986: 1) define esta palabra simplemente como «toda expresión que significa algo distinto a lo que las palabras que la componen parecen indicar». De forma muy similar se expresa Raquel Pinilla Gómez (1989: 349) cuando afirma que los modismos son «aquellas creaciones léxicas, tanto espontáneas como derivadas de refranes, que operan como una sola unidad semántica y cuyo significado conjunto no puede ser deducido de la suma de sus elementos constituyentes».

Por su lado, José María Romera señala ciertas características de los modismos de las que quiero destacar sólo dos:  1) Son de origen popular y se transmiten oralmente.2) A diferencia del refrán, no contiene necesariamente un consejo o una sentencia, sino que aporta elementos expresivos de muy distinto tipo que empleamos para ilustrar, ponderar o completar el mensaje.

 Resulta destacable que cuatro de los modismos que Correa consigna en Un viaje a Termápolis hagan hincapié en las características de cierto grupo social de élite, grupo al que se  designaba, no sin ironía, como los “De pomada” figura coloquial que hace alusión al  “Círculo de personas que por su prestigio o influencia ocupan una posición social o profesional privilegiada. Eran los triunfadores, la gente que estaba en la pomada;  mientras la  locución  verbal  coloquial “Darse postín”, equivalía a darse tono, o tener  “presunción afectada o sin fundamento”, lo cual equivalía a querer estar con los de la pomada. Seguramente éstos iban a fiestas y reuniones, vestidos como dice Correa: De almartigón y cola amarrada, curiosa expresión que poco tiene que ver con las palabras que la conforman, pues “Almartigón” es un mexicanismo que, según la Real Academia Española, viene de almártaga, especie de alcayata tosca que sirve para atar las bestias al pesebre, pero en el contexto del libro de Don Eduardo, la expresión ir De almartigón y cola amarrada  significaba ir elegantemente vestido. Asimismo, nuestro autor  recoge la expresión “Andar de cócono”, con su significado de andar presumiendo sus galas o trajes, para conquistar a las mujeres, según  el siguiente pareado: Anda cocona canela /que ya están llamando a misa; misa que, por cierto, debía estar muy concurrida, sobre todo la celebración de las once la mañana, a la que debía acudir toda “la pomada”, puesto que también se usaba en la ciudad  el modismo “hacer la misa de once” para designar los amontonamientos de personas, según señala Correa:  “Se divierten haciendo Misas de once con la gente que se agrupa en los puestos” , Un viaje Termápolis,  p. 202, El modismo anterior no se debe confundir con el de “Hacer las once, hacer, o tomar la once”, que consiste en:  “Tomar un refrigerio ligero entre las once y las doce de la mañana, o a diferentes horas de la tarde, según los países”.

 Pero si los modismos anteriores parecen caracterizar a un léxico regional, hay otros que proceden de una tradición hispánica específica y que identifican el aspecto conservador de este léxico, por lo menos hasta el siglo XIX, en el cual, según Don Eduardo, los novios todavía acudían al balcón de la novia a  Pelar la pava, y los borrachos que quedaban tirados  en cualquier lugar a  Dormir la mona.  El primero de estos modismos, según el DRAE, proviene de Andalucía y significa  “Conversar los enamorados; el hombre desde la calle, y la mujer, asomada a una reja o balcón”, y el segundo es una frase coloquial para hablar de la embriaguez o borrachera, para lo cual los termapolitenses también acuñaron la expresión de “se les cansó el caballo”. De este grupo, sólo una expresión tiene relación con la lengua gala. Correa menciona que algunos muchachos llevaban la gorra puesta “a la negligée”, frase donde la voz francesa negligée reponde a su sentido de “descuidado, desaliñado”. DRAE.

“De gollete” y “de pasada” son dos locuciones adverbiales consignadas en Un viaje…, la primera con  un sentido distinto a los que consigna el DRAE, pues este lexicón no incluye la acepción  con la cual es usada en Termápolis y que es autoinvitarse en algún festejo. De pasada, en cambio corresponde a  mencionar algo o acudir a algún lugar de manera pretendidamente casual.

De pasada, como dice nuestro autor, les comentaré que, en Termápolis, don Salvador Correa se hizo de un buen amigo, el simpático dentista francés Luis Magin, quien pronto aprendió a interactuar con la clientela -tanto la  distinguida como la popular- que frecuentaba su consultorio y al llegar algún paciente le presentaba las tres opciones posibles para extraerle  la pieza dental dañada- ¿De dedo, de hueso o de infla?, los primeros dos procedimientos se entienden por sí mismos, en cuanto al último,  explicaba el rudimentario odontólogo:  “Si prefiere aspirar el aire y cerrar la boca para que los carrillos se inflen”.  A estas frases  ya no se les  puede llamar modismos, son expresiones  que entran en el idiolecto de tal personaje, quien  también hablaba de: “Extraer una pieza dental a cuerno limpio”, pero me quise referir a ellas antes de cerrar esta parte del trabajo, como una muestra de que la lengua se enriquece hasta de las pequeñas aportaciones individuales. De esas pequeñas aportaciones quiero hablar en el siguiente apartado.

Regionalismos:

 Además de las palabras estudiadas,  Eduardo J. Correa hace alusión,  en este magnífico libro, a un conjunto de palabras, a través de las cuales podemos tener un acercamiento a una sociedad sensitiva, que apreciaba las comidas, las flores, los vinos, pues sus miembros designaban las comidas, las frutas, los vinos, los panes con vocablos variados y plásticamente accesibles. Los distintitos panes se nombraban con palabras como tostadas, cotorras, chamucos, novias y semitas. Los postres eran designados como  fruta de horno puchas, encanelados, ojos de buey,  tatemada de raíz, morelianas,  pepitas y  tirilla de durazno. Los vinos podían ser “Pinos”, si venían de ese poblado zacatecano, o “Chorrera”, si procedían de San Luis Potosí, sin faltar el humilde chinguirito, según lo define el DRAE, como “aguardiente de caña, de calidad inferior”. De manera ilustrativa, utilizaban la palabra  “machos”, para nombrar a la comida que se arregla con las vísceras y el adjetivo  “calientitas”, así en diminutivo claramente apreciativo servía a los usuarios  como sinónimo de tortillas calientes.

Otro campo semántico que mereció la atención del escritor es el relacionado con las flores, los frutos, las verduras y hierbas usadas como medicamento, que se cultivaban en las huertas que rodeaban la ciudad, en expresión de don Eduardo, «como cinturón de esmeralda”. Las flores eran denominadas con nombres tan gráficos como  quiebraplatos, sinvergüenza,  belenes y  confite;  entre las hierbas se mencionan el  estafiate, el simonillo, la hojasén,  la orejuela de ratón, la carmelitana, la tumba vaquero, las tripas de Judás y la yerbamora. Las frutas que están marcadas tipográficamente son los chabacanos, cacahuates y tejocotes, y entre las verduras los chícharos, ésta última, palabra que procede del mozarábe, y que era usada con preferencia de otros sinónimos como guisante.

Asimismo, don Eduardo, dedica el capítulo titulado “En el mercado”, para registrar en un   contexto popular  el habla oral  de las clases más humildes. Alguno de los fenómenos fonéticos de los da cuenta es la inestabilidad vocálica, ampliamente estudiada y documentada  sobre todo en las hablas rústicas y vulgares  y que en los casos que a continuación se enlistan afecta a las vocales átonas que en su mayoría  registran el cambio  de  una vocal cerrada a una vocal abierta: lecencia, por licencia,.envitar, por invitar, mesmo, por mismo, desgusto, por disgusto y sólo algunos casos a la inversa, una vocal abierta que se transforma  en una cerrada, como en los casos de siñora, por señora y pior , por peor.

                En cuanto a los prefijos, se documenta ampliamente el uso del prefijo rete, cuyo significado corresponde al prefijo re  y la voz onomatopéyica “chist”, usada para llamar a otros.  Asimismo, Correa señala que en el registro de las damas de sociedad abundaban “los mialmas”, “los encantitos”,  y que en el habla de la mayor parte de los termapolitenses se conocía el vocablo “maromear” con el sentido de cambiar drásticamente de posición social,  la palabra “arrimarse”, con la acepción de confesarse religiosamente, el término “caimanes” como los respiraderos del drenaje, los platicones como los tertulianos de las boticas, las reboticas y las trastiendas, lugares, popularmente conocidos en la urbe como “platicaderos”y por último los “chimbirines” como adornos recargados, palabra ésta última,  regionalismo tan en desuso que no es consignada por ningún diccionario (a pesar de que yo tuve el gusto de escucharla de labios de mi madre, quien también usaba el adjetivo chimbirineado)  y que mi  propia computadora se cansa de marcármela con rojo.

 Asimismo, otros términos que han caído en desuso y a los que les puede clasificar como arcaísmos, resultan interesantes, pues nos permiten hacer una reflexión sobre algunos aspectos del habla de los termapolitenses. Por ejemplo, el libro de Correa, muestra que ciertos nahuatlismos  como tlacos  y papaquis, que se consigna como usados durante la Colonia, tuvieron vigencia  hasta el siglo XIX. El primero, un término que en náhuatl significa  mitad y que durante la Colonia designaba a la moneda que valía la octava parte del real columnario, mientras  que en el siglo xix siguió siendo usado en algunos medios para nombrar el dinero o moneda corriente;  la segunda, deriva del vocablo papaquiliztli, que significa gozo o alegría y que es utilizada para denominar cierta música especial y algunos juegos y bailes típicos que eran exclusivos de las festividades carnavalescas.  Otros mexicanismos como la palabra tulises, término del cual el Diccionario del español de México afirma que, en el centro y norte de México, designaba al  bandolero, asaltante de caminos, particularmente aquel que formaba parte del grupo que asoló el estado de Durango a mediados del siglo XIX: El mismo Diccionario hace referencia a un corrido que decía:  “Los tulises de hace un año/salían a robar los Reales,/los tulises de hoy en día/salen a robar tamales”. Diccionario del Español de México (DEM) http://dem.colmex.mx, El Colegio de México, A.C., [ 03 de abril de 2014]. El autor, menciona casi enseguida, otras dos palabras peculiares: guayín; la primera se refiere  al vehículo de motor que comenzó a usarse en a finales del siglo xix, el cual es definido como  “Automóvil de pasajeros con un espacio amplio y puerta en la parte trasera, que a veces se usa para transportar carga”.  DEM.

En síntesis, este breve acercamiento nos da una muestra muy rica del lenguaje que según Un viaje a Termápolis caracterizaba no solamente la lengua oral de las clases populares en Aguascalientes en el siglo XIX, sino también ciertos aspectos de su vida cotidiana, y hasta las características más conspicuas de sus habitantes. Estudios más puntuales nos darán a conocer aspectos que en este trabajo apenas se sugieren.  A continuación y como apéndice de este trabajo, presento un esquema del corpus de palabras estudiado.

MexicanismosRegionalismosNahuatlismosModismos
1.- TulisesArrimarse (confesarse)TlacoLe alzan pelo (le tienen miedo
2.-  CatrínPinos (vino de) OtateDe gollete
3.- GuayínChorrera (vino de SLP)HuaracheDe postín
4.- TejabánCaimanes (del drenaje)TejocotesDe pomada
5.- CarrizoChimbirín (adornos)Chicahuales¿De dedo, de hueso o de infla?
6.-  ZumbaLuchónChiquigüiteAndar de cócono
7.- FregarMaromearTepetateDe pasada
8.- PirulPlaticón, platicaderosPapaquisPelar la pava (andaluz)
9.- ChabacanoGoruposPaliacateDe almartigón y cola amarrada
10.- ColoncheChinguiritoCuicoDormir la mona
11.- ChamucoMachosMisas de once
12.- JorongoCalientitasPotes con tijeras
13.- RebozoreteHacer las once
14.- PozoleLecenciaSe les cansó el caballo
15.- GuangoEnvitarA cuerno limpio
16.- ChinacoMesmo
17.- MochoDesgusto
18.- Chípil Bombín
19.- JotoChis (para llamar a alguien)
20.- SolturaCotorras (panes)
21.- AlearTostadas
22.- RecorteParián
23.- PollosCalambures

Bibliografía

Diccionario de la Real Academia Española (DRAE)

Diccionario del Español de México (DEM) http://dem.colmex.mx, El Colegio de México, A.C.

Correa, Eduardo J., Un viaje a Termápolis, México,  Editorial Botas, 1937.


[1] El Diccionario del español de México es resultado de un conjunto de investigaciones del vocabulario utilizado en la República Mexicana a partir de 1921. Las investigaciones se llevan a cabo desde 1973 en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México. El Diccionario del español de México es un diccionario integral del español en su variedad mexicana, elaborado sobre la base de un amplio estudio del Corpus del español mexicano contemporáneo (1921-1974) y un conjunto de datos posteriores a esa última fecha hasta el presente. Se trata de una obra original, de carácter descriptivo, hecha con criterios exclusivamente lingüísticos. Todo el vocabulario que incluye ha sido usado o se usa en México, al menos desde 1921.escritores mexicanos

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